Torás, noviembre de 2011. José Francisco Soler Adán:
EL VERANEANTE Y EL INVIERNO
Cuando los pinos entonen canciones de cuna al trepidante desfiladero de rodeno.
Cuando el invierno deje inmóvil en el tiempo al reloj de la vieja Iglesia y el vendaval acuchille a bocajarro la esquina morena.
Cuando la lluvia azote los tejados y las calles de hormigón impreso lloren cuesta abajo.
Cuando la niebla borre las carreteras que llevan hasta su plaza. ¡Entonces! y sólo entonces Torás soñará contigo. Veraneante que marchaste como las moscas lo hacen del verano.
Cuando mi nombre quedo escrito en el portalón del agrietado pajar y sus caminos lamieron mis botas, yo también supe que volvería. Ya estaba todo escrito y supe que mi vida aquí no tenía trampas. Que todo era tan sencillo como volver a esperar a que creciese la maleza.
¡Vuelve veraneante! Enciende la chimenea y olvida tu ciudad indigesta por excesos de modernidad, que ya ni siquiera su asfalto estremece a las orillas del Mediterráneo. Torás sueña con tu vuelta veraneante. Casual o asiduo. Pasajero o reincidente. Invitado o forajido.
Que los niños alboroten por sus calles solitarias. Que el sol afloje a espaldas del mediodía. Que la cháchara de las mujeres se pronuncie a través de las ventanas. Que alguien cante las veinte en copas y estrelle un vaso de vino tinto en su garganta. Que el frío saque de la cama a Santa Quiteria.
Cuando el invierno asome su cabeza en la hoya Elvira y no encuentre más que el manto calizo.
Cuando el camino del Chorrillo esté pintado de charcos y hierba mojada.
Cuando sus chimeneas susurren el blanco a las estrellas en la noche muda ¡Entonces vuelve!
Cuando la soga que te une a la ciudad se deshilacha por la tensión de la estúpida rutina.
Cuando la humedad y el salitre apostillen vuestras mejillas en cada avenida, pon en marcha el motor, pisa fuerte el acelerador y escupe tu sabor a ciudad de camino al pueblo. Ven a contagiarte de la bella serenidad de las carrascas abocadas al silencio perpetuo
Veraneante, tú que sabes que el talento natural siempre vence al talento artificial. Veraneante, tú que no hace mucho limpiaste tus entrañas a sorbos de Camarillas y el olor a romero te devolvió a la tierra.
¡Vuelve!
Los pinos esta vez silbarán por ti.