Torás, a 31 de octubre de 2011. José Francisco Soler Adán
CRÓNICAS DEL ALTO PALANCIA Y UN SOL RADIANTE
Deshojados, despojados y pálidos los almendros en la partida de Fuentemalaño; yo os mutilo con mi motosierra grasienta que ya el otoño se
encargará de todo lo demás.
Me asomo a la calle, por supuesto sin afeitar y sin haber desayunado, por cierto hace un sol radiante ahí fuera y la mordiente mayúscula de doña soledad
pierde su dentadura allá por la Rocha Piquer.
Doña soledad se ceba conmigo mientras yo sigo colgado de trapecios más altos que la Escabia.
Deshojados también mis intestinos, mi médula y los occipitales, el otoño brindaba borracho con las copas de los olmos, allá más abajo en el río,
donde las gélidas aguas agitan su frío en las salgueras y sus remolinos sonríen a la hombría que se desploma sin remisión.
Alto Palancia que bajas cantando al ritmo del pedregal que envidia me da tu voluntad.
Mientras tanto yo iba conduciendo mi viejo automóvil abollado, rumiando y mascullando esos pensamientos insignificantes que un hombre
pasados los cuarenta pudiera tener:
El coste de la vida, sobre la trampa financiera de la banca y sus compadres, sobre las mil maneras de robar y el derrochar de la clase política
en esta democracia virtual, sobre cómo prolongar mis eyaculaciones, sobre aquella caseta a la orilla del río que nunca construí, sobre aquella
mujer tierna, eficaz, comprensiva y guapa que nunca conocí, sobre la extinción del caracol en la huerta de Torás, sobre la abolición de las bolsas
de plástico gratuitas en los supermercados, sobre porque me rozan los cojones en las ingles si ya no hace calor, sobre problemas mecánicos
en mi automóvil, sobre la terrible mezcla de antidepresivos y carajillos de ron recorriendo mis venas; incluso sobre la posibilidad de volver a
reconstruirme ya no como persona si no como animal en peligro de extinción.
En fin, deliberaciones intrascendentes que llegan a tu cabeza sin pretenderlo, pero también sin poderlo remediar.
De repente noté la suciedad de la vida entre los dedos y he de decir que casi de forma agradable, casi como una señal de vida.
Ya digo, el otoño brindaba borracho con las copas de los olmos, allá mas abajo; en el río y los destellos rectilíneos del sol se clavaban como
estacas de acero en las rojas montañas de arcilla.
La huerta estaba abatida a los pies del camino de San Juan, casi pidiendo auxilio. Pero yo nada podía hacer.
Yo no era más que un simple ratón husmeando entre los despropósitos de la vida.
Tras el paso por las oliveras, el chirriar del remolque que llevo enganchado, la decena de cigarros que llevo cosidos al pecho y esa cartera
preguntándome por una dirección que yo ni siquiera conozco, ha pasado toda la mañana.
He descargado la leña, la he ordenado en el leñero como siempre de mayor a menor mientras el perro me miraba con cara de no comprender
nada.
He cerrado la puerta trasera de la calle y he puesto una olla de cocido al fuego.
He cagado y he leído por encima las noticias en un diario retrasado:
“LA OTAN CONDENA A LOS INSURGENTES POR EL LINCHAMIENTO DE GADAFI”
“CUATRO DE CADA DIEZ ESPAÑOLES HACEN USO HABITUAL DE LA PROSTITUCIÓN”
“EL PILOTO ITALIANO MARCO SIMONCELLI MUERE PEGADO AL MANILLAR DE SU MOTO EN EL GRAN PREMIO DE MALASIA”
De cualquier forma hace un sol radiante ahí fuera.